Durante mucho tiempo, el futbolín fue el rey indiscutible de los bares, recreativos y cuartos de estar. Era el campo de batalla improvisado donde se resolvían rivalidades entre primos, se sellaban amistades eternas y se aprendía a manejar la presión de un penalti decisivo antes de llegar a la adolescencia. Y aunque durante unos años parecía relegado a un rincón polvoriento de la memoria colectiva, el futbolín está viviendo un inesperado y glorioso regreso. Como Stranger Things hizo por las bicicletas ochenteras, o TikTok por los bailes sincronizados, las redes sociales, las series de éxito y los creadores digitales están devolviendo al futbolín su merecido lugar en el centro de la cultura popular.
Pero para entender este resurgir, hay que empezar desde el principio. Literalmente.
La (disputada) invención del futbolín
El origen del futbolín, como el de muchas cosas hermosas, está envuelto en debate. Dos países se disputan la paternidad del invento: España y el Reino Unido. En el lado británico, la versión más citada se atribuye a Harold Searles Thornton, quien patentó en 1921 un "aparato para jugar a un juego de mesa de fútbol". La idea, según contaba su familia, surgía del deseo de adaptar el fútbol real a un formato casero durante los fríos inviernos ingleses. Su versión se llamó "table football" y tenía un aire algo rudimentario.
Pero en España, la historia adquiere un tinte más dramático. El gallego Alejandro Finisterre (seudónimo de Alexandre Campos Ramón) aseguraba haber inventado el futbolín en 1936, inspirado por los niños heridos en la Guerra Civil que ya no podían jugar al fútbol. Su versión incluía porterías, jugadores de madera pintados a mano y varillas metálicas. Registró la patente en 1937, pero la perdió durante su exilio en Francia tras la victoria franquista. Finisterre señaló siempre que su invento fue robado, replicado y exportado sin su permiso.
Sea cual sea el origen que prefiera el lector, lo cierto es que el futbolín echó raíces profundas en Europa y América Latina. En Francia se llamó "babyfoot"; en Alemania, "tischfußball"; en Italia, "calcetto"; y en Estados Unidos, "foosball", nombre derivado del alemán. En cada país, evolucionó con estilos propios: con porterías más anchas, jugadores cónicos o rectos, y hasta con reglas distintas sobre si se puede girar la barra completa (en España: sí; en Alemania: anatema).
De las tabernas al imaginario colectivo
Durante las décadas de los 60, 70 y 80, el futbolín fue omnipresente. En la España del desarrollismo, era tan habitual como la radio o el brandy. Los bares competían por tener el mejor futbolín, y los chavales del barrio organizaban liguillas con tanta seriedad como el Mundial de México 70. ¡Ay de quien se atreviera a tocar la palanca del portero sin haber metido moneda!
El futbolín fue además un elemento democratizador: jugaban ricos y pobres, niños y adultos, mujeres y hombres. No había algoritmo ni pantalla táctil que separara a los jugadores. Solo reflejos, estrategia y ese sonido inconfundible del gol: clac seco y glorioso.
¿Y cuándo pasó de moda?
Con la llegada de los videojuegos, la globalización del ocio digital y la aparición de otras formas de entretenimiento, el futbolín empezó a perder presencia. Sobre todo en entornos urbanos, donde los bares tradicionales dieron paso a cafeterías de franquicia y las consolas sustituyeron a los futbolines de madera. Pero no desapareció del todo. Como tantas cosas icónicas, quedó en letargo, esperando su momento.
El revival digital: futbolín 2.0
Ese momento llegó con la cultura de la nostalgia y la estetización de lo "retro". En Instagram, miles de fotos muestran futbolines vintage restaurados como piezas de colección. En TikTok, abundan los vídeos de jugadas imposibles a cámara lenta y trucos de profesionales. En YouTube, hay canales enteros dedicados a analizar tácticas, comparar modelos y cubrir torneos.
Series como Ted Lasso, La Casa de Papel o Stranger Things han mostrado futbolines como elementos del decorado que activan la nostalgia emocional del espectador. En The Office, hay una escena memorable entre Jim y Pam retándose en un futbolín; en Friends, Chandler y Joey tienen uno en su apartamento. Incluso la película Foosball (2013), una animación argentina dirigida por Juan José Campanella, puso al futbolín como protagonista absoluto.
Campeonatos y figuras del futbolín profesional
Para algunos, el futbolín no es solo nostalgia: es deporte profesional. Existen federaciones como la ITSF (International Table Soccer Federation), que organiza campeonatos mundiales con miles de participantes. España tiene su propia federación (FEFM), con ligas nacionales, clasificatorios y estrellas reconocidas. Jugadores como Franck Lamour, Tony Spredeman o el español Carlos Arévalo son leyendas dentro del mundillo.
Las reglas del futbolín competitivo son estrictas: nada de giros de 360º, saque neutral, y una norma de respeto casi sagrada entre jugadores. Y, ojo, los premios pueden llegar a decenas de miles de euros. Además, marcas como Bonzini (Francia), Tornado (EE. UU.) o Futbolín Español (con sede en Galicia) fabrican modelos profesionales que valen más que una moto.
Anécdotas que valen oro
En 1970, durante el Mundial de México, la selección alemana llevó un futbolín como parte de su equipamiento para relajarse en las concentraciones. Y en la Casa Blanca, durante la presidencia de Nixon, se instaló un futbolín en la sala de recreo. En 2008, la firma Louis Vuitton fabricó uno con acabados de cuero que costaba más de 60.000 euros. Y en España, hay bares legendarios donde se celebra el "Día del Futbolín", con torneo incluido y paella para los perdedores.
Impacto intergeneracional y cultura pop
Una de las razones del renacer del futbolín es su carácter intergeneracional. Padres e hijos pueden jugar juntos sin barreras tecnológicas. Es un lenguaje común, un terreno neutral donde no importan las edades. Para los mayores, es un viaje emocional; para los jóvenes, un descubrimiento analógico con encanto.
En redes como Reddit o X (antes Twitter), abundan los hilos con recuerdos entrañables: aquel futbolín de chapa oxidada en el camping, el bar donde sólo se jugaba con tres delanteros, la pareja que se conoció entre partida y partida. Y todo esto ha contribuido a un efecto dominó: la restauración de futbolines antiguos, la fabricación de modelos personalizados y la aparición de futbolines digitales con sensores y conectividad online.
El futbolín hoy: entre la nostalgia y el vanguardismo
Hoy en día, podemos encontrar futbolines en coworkings, terrazas hipster y oficinas de Silicon Valley. Google, Amazon y otras grandes empresas los tienen como parte de sus espacios de ocio laboral. El futbolín ya no es sólo un juego: es un elemento de diseño, un guiño cultural y un gesto de comunidad.
No es raro ver en Instagram a influencers organizando torneos temáticos; o en Twitch, streamers enfrentándose con reglas caseras; incluso hay NFT de futbolines pixelados en el metaverso. Y sin embargo, lo esencial no ha cambiado: dos personas, frente a frente, empujando barras de metal con pasión casi infantil.
Conclusión: el eterno retorno de la bola blanca
El futbolín ha regresado porque nunca se fue del todo. Como todo icono cultural, se adapta, se transforma y vuelve con nuevos significados. Lo que antes era el centro de una taberna oscura hoy es una pieza de diseño en un apartamento minimalista. Lo que era un pasatiempo de barrio, es ahora objeto de culto, herramienta terapéutica y deporte profesional.
En un mundo saturado de pantallas, el futbolín ofrece algo raro y precioso: contacto humano directo, juego físico, competencia limpia y ese crujido inolvidable cuando la bola blanca entra en la portería. Clac. Grito. Revancha.
Larga vida al futbolín.