14 de agosto de 2005

Ya casi llegando a mi lugar de destino, en este tren del olvido, se me van a la mente muchos recuerdos,... pensamientos que a uno le hacen reflexionar, reflexiones que uno elabora desde su inicial existencia, hasta las más que fugaces visitas que uno realiza a la ciudad que lo vio crecer en sentimientos, en inquietudes, en conocimientos y en emociones.
Recuerdos de acontecimientos que a uno le incitan a cruzar ese umbral o puente (según otros autores) que nos separa y que mantiene cautivos en esta sociedad tan vulnerable al paso del tiempo, donde todo recuerdo pasado siempre pasado está y al final en el olvido tristemente yacerá.
Por esto no se puede dejar pasar esta gran oportunidad que se me brinda, a mí (amigo fiel de la sinceridad), para decir un par de verdades.
La primera, de importancia irreputable, no es más que la constatar que los asuntos más escabrosos que uno puede sentir en su endeble corazón son derivados del consumo de galletas de mala elaboración, porque lo que sí está claro es que... no por gastarse muchos dineros en publicidad, se puede llegar a cuotas de ventas elevadas, ni a conseguir que el fiel consumidor se centre sólo en un marketing (joe, sé idiomas), más desarrollado que un producto donde la escasez de esencia y sabores es la nota predominante, por todo esto y demás quisiera dejar bien patente que todos deberíamos levantar una voz a favor de esos productos de forma poco incitante pero de sabor inigualable. Vivan los comercios con cajeras feas!!
La segunda, de similar importancia aunque de importante similitud, es la de felicitar a esos consumidores que seguimos disfrutando de ese tierno y agradable sabor que nos ofrece el pan de molde, consumidores que no nos fijamos en la profundidad de su campaña publicitaria para disfrutar de este agraciado manjar, porque ya me diréis quien de estos individuos puede pensar: "Ahhh sí, yo compro pan de molde con fibra porque lo anuncia Paz Padilla y siempre me gustó su esbelta figura", por dios!! reconozcamos de una vez que la bollería industrializada nos gusta y ella es en realidad la que nos lleva a ir A Coruña de fiesta y botellón, sólo para disfrutar de esos pedazos de bocatas con los que Diego nos obsequia cuando lo asistimos con una visita.
Dejando estas dos cosas claras, yo creo que uno ya se puede permitir el lujo de pegarse una buena dormida, porque estos dos días de intenso trabajo en La ciudad Herculina dejan a uno ABSOLUTamente baldao.

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